lunes, 26 de marzo de 2012

“Antropología urbana”



Abordaremos un conjunto de ideas relacionadas con el mundo global. Ello parece reflejarse y sus efectos materializarse en un espacio que representa el mundo, las ciudades.
Debemos partir de un gran interrogante ¿Qué es la ciudad?, este enigma parece manifestarse pero no resolverse como definición única. Para adentrarnos en el misterio de las ciudades, deberemos conocer quienes las ocupan, o simplemente recorren. De un modo u otro, hablamos de individuos. ¿Pero el individuo requiere ser ciudadano? Bien, para formar parte de un mundo global que diariamente atrae transformaciones a cualquier rincón del mundo, la primera exigencia será vincularse a la ciudad que uno habite. La ciudad como explicaremos más adelante estará relacionada directamente con lo global, y los individuos que forman parte de ella podrán beneficiarse o por el contrario perjudicarse de esa globalización. Aquí emerge un problema, o formas parte del mundo al que estas siendo expuesto o te excluyen. Es común el dicho de que “la globalización es un momento en el que nos ha tocado vivir”, sin embargo ante dicha afirmación me encuentro en una posición dual. Por un lado, estoy en desacuerdo ante la idea de “momento”, porque más que un presente y un ahora constituye un proceso, y como todo proceso hay cambios en los que aún se puede hacer algo. La globalización no es algo finito y acabado, porque mientras nuestra indiferencia siga tomando partido, no podremos evolucionar junto a este proceso que por qué no, tantos beneficios podría ocasionar. Por otro lado, estoy de acuerdo ante la idea de “vivir en la globalización” ya que parece que nos hemos acostumbrado por llamarlo de alguna manera, e incluso insensibilizado ante las consecuencias que atañan este fenómeno en el cual seguimos sin tomar parte. Para alejarnos de este ciclo deberemos alejarnos de una identidad que se forma con productos comprados, deberemos elegir por nosotros mismos, para dejar de ser marionetas que disfrutan con lo que se impone desde arriba. Sin embargo, esto es algo complicado teniendo en cuenta que hoy por hoy no disponer de telefonía móvil supone estar excluido, y sentirse al margen de la evolución que sufre la sociedad actual. Por ello mismo no se trata de aislarnos sino todo lo contrario poder “formar parte de...”pero ¿cómo formar parte de una sociedad cuando quieres avanzar en oposición a aquello que la hace crecer? La solución quizá podría partir de plantear otras formas de tomar parte en ella, es injusta la opción de todo o nada, mayoritariamente preferimos el todo porque si no no eres nadie. 
Cuando nos referíamos a ocupar o recorrer las ciudades queremos decir vivir o convivir, o lo que es lo mismo vivir o estar. Y es que son cada vez más las personas que físicamente se encuentran presentes en un mismo espacio, pero que parecen alejarse de formar un vínculo con todo aquello que abarca o en el peor de los casos que engloba a la ciudad. No hablamos solo de personas, aquí entra la cultura, las formas de vivir, participar...Ello tiene mucho que ver con la pertenencia y la identidad. Ser ciudadano implica pertenecer a una ciudad, pero paradójicamente la pertenencia ya no está marcada por el lugar de origen, sino que queda más bien sellada por un juego de elementos culturales, que se nos han ido implantando poco a poco y de manera inconsciente en las últimas décadas y que ha venido de la mano del sonado fenómeno “globalización”.
Por tanto, cualquier individuo hoy por hoy está condicionado por este fenómeno que se extiende a la ciudadanía. Y en relación a la pregunta anteriormente planteada parece ser que a los individuos les queda lejos y bastante grande la palabra ciudadano, por lo que deberemos luchar por esa ciudadanía que es solo nuestra y de una vez por todas participar para decidir quién queremos ser y que debemos hacer para afrontar positivamente a un mundo totalmente globalizado. 
Una vez explicado esto podemos aventurarnos a reflexionar sobre las ciudades. Si nos paramos a pensar en una ciudad cualquiera las formas de relación, la política y economía parecen ser características propias a las de cualquier otra ciudad. Sin embargo, estamos equivocados. ¿Qué diferencia existe ya entre Londres y Nueva York? Ninguna. En las grandes ciudades, podemos emplear ya el término urbe, las diferencias que antes podíamos localizar con echar una simple mirada parecen no estar. Ni tan siquiera la geografía las diferencia y separa. Y es que la distancia se ha reducido cuando todo se ha masificado y empapado de relaciones. 
Todo esto ocurre de forma imparable, cada vez son más las personas de diferente procedencia que se asientan en una ciudad, cada vez son más comunes las relaciones a distancia que llevan a guetos, son cada vez más los países que unen las políticas y la economía, el famoso euro...pero esto no siempre ha sido así. Antes era común viajar a la capital del país para resolver asuntos de diversas cuestiones, pero ahora todas las ciudades gozan de las funciones políticas, culturales, educativas... Pero hay funciones que resaltan más que otras, la cultural es un ejemplo. La cultura predominante de Estados Unidos parece tocarnos,...de este modo cabe plantearse si dentro de unos años hará falta viajar a América para conocer mundo, porque el mundo de allí se hace visible aquí. 
Como bien se añade en este capítulo “las urbes son escenarios de lo que ocurre globalmente.
Pero no solo nos llegan “influencias” a nuestras ciudades, al mismo tiempo nuestra ciudad aporta cosas que otras no dan. Es como una especie de tira y toma que hace que las aportaciones no sean esporádicas sino que estén calculadas y tengan un por qué de abrirse hacia otros campos. Un ejemplo lo encontramos en los inmigrantes. El inmigrante deja cosas de allí donde vino pero vaya a donde vaya las aportará, reproduce imágenes de su país, es decir representa lo que allí era a través de diversas expresiones (la vestimenta, la comida...) poco a poco todas estas expresiones se fijarán de algún modo a la nueva ciudad. Sin embargo, como nos explica Holston y Appadurai, parece crearse una brecha entre el espacio nacional y sus centros urbanos ya que todas las expresiones que nos llegan de diferentes lugares parecen asentarse en la ciudad pero no el país. Esto trae consigo una consecuencia: se reinventa a la ciudadanía pero no se cambia a la nación, se ve claramente cuando un marroquí llega a la ciudad (Madrid) y en vez de aportar cosas a España como podría ser la gastronomía (cuscús) lo aporta únicamente a la ciudad por lo que solo participará en esa ciudad determinada quedando excluido de lo nacional. Al mismo tiempo, este individuo no conocerá la gastronomía Valenciana (paella). En conclusión, por mucho que llegue gente de diferentes naciones y por mucho que se hable de la globalización, si las personas siguen siendo nacionales no habrá interacción y España en este caso seguirá siendo igual de homogénea.
La crítica es clara, lo global parece invadirnos en muchos aspectos (mercado, economía...) pero al mismo tiempo nos excluye y aleja de muchos otros (heterogeneidad, conocimiento...). La ciudad debe ser representada con individuos diversos, para que lo cultural no quede en el olvido. Sin embargo, parece ser que si esto continua así, la unión y la reducción de distancia y de “espacios” harán que los individuos que los ocupan, los compartan hasta tal extremo que sus diferencias no se harán visibles. Lo particular de cada uno de ellos terminará por apagarse y quedará pobre pensar en un mundo uniforme, puesto que aquello que lo caracteriza es lo diferente y único de cada parte del planeta. Parece que los extremos no son del todo buenos, ni queremos uniformidad en las ciudades ni pretendemos que emerjan desigualdades. Las ciudades deberán reunir ambas condiciones, lo idóneo sería que si lo global se expande deje espacio a las diferencias. Pero esto se aleja demasiado de la realidad. 
Lo cierto es que en las ciudades globales dichas diferencias no tienen ya que ver con el color de piel, la manera de pensar...sino más bien con el impacto del capital que ha traído consigo un abuso de autoridad, sin querer diferenciar la necesidad de opulencia. Castell parece referirse a ello cuando nos menciona la fuerza del trabajo, por un lado mejorada, y por otro descualificada.
Ello hace que pensemos en una interacción alejada de la realidad, la fuerza de trabajo descualificada jamás podrá alcanzar a la población que ocupa una posición estratégica, que termina siempre por constituir una clase dominante. De este modo, la ciudad se transforma en una sociedad desigual y el mundo coge forma de lo que en las mismas se da. Nuevamente no habremos sido sujetos políticos para participar en ese espacio donde se nos refleja de nuestros actos o no actos. Precisamente esto es lo que nos hace alejarnos de la ciudadanía, nos impide formar vínculos, y construir una identidad social fuerte. La responsabilidad ciudadana debe partir desde aquí, ser ciudadano no equivale a ser cliente ni tampoco influenciarnos de puertas para adentro de una ciudad, porque las desigualdades seguirán invadiendo el resto de fronteras del país que aunque parezcan no estar en el discurso global, si toman forma en nuestra mentalidad.

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